miércoles, 8 de abril de 2009

¿Dónde están los monstruos?



Más allá hay monstruos escribía el cartógrafo medieval cuando llegaba a la parte del pergamino en la que sus conocimientos flaqueaban. Si nadie había vuelto tras intentar cruzar este mar o aquel desierto por algo sería, pensaría el maese. Allí había monstruos, sin duda. Lo cierto es que el cartógrafo jamás había visto un monstruo ni había conocido a nadie que lo hubiera visto. A pesar de ilustrar con sierpes y dragones los mares más inhóspitos, nunca se había encontrado con estos seres. De barcos hundidos por tormentas y de caravanas devoradas por la arena sí que tenía constancia, pero optaba por los monstruos cuando tenía que representar en sus portulanos un lugar del que nadie, que él supiera, había regresado. Esta muestra de irracionalidad, podrán pensar algunos, se debe sin duda a la época en la que le tocó vivir. Si el cartógrafo era un palurdo supersticioso es porque el medievo fue un tiempo de palurdos supersticiosos. Nada que ver con nosotros, “los de ahora”, mucho más sabios y racionales...

Lo cierto es que el cuento de los mapas medievales poblados de monstruos no es más que eso, un cuento. Al igual que la idea de contemplarnos a nosotros mismos como unos seres completamente distintos a los que vivieron nuestro pasado, cuando no eran más que nosotros ayer.

Los dibujos de monstruos en mapas antiguos no son un mito, pero sí algo anecdótico. De los cientos de mapas y portulanos que se conservan, los que tienen figuras fantásticas se pueden contar con los dedos (aquí hay una lista de mapas con seres mitológicos). En cuanto a la frase “Más allá hay monstruos”, que todo el mundo parece identificar con los mapas medievales, no es más que un invento moderno. No se conoce el origen del mito pero lo que es seguro es que esa frase no aparece en ningún mapa antiguo. Lo más parecido que podemos encontrar es un texto, escrito en la costa este de Asia, en el Globo Lenox, el segundo orbe terrestre más antiguo que se conoce, que reza: “HC SVNT DRACONES” (Aquí hay dragones, en latín) Eso es todo. La práctica totalidad de portulanos medievales se ceñían a las necesidades de comerciantes y navegantes; y éstos no querían monstruos sino distancias, ciudades, puertos, rutas y accidentes geográficos. Para la mayor parte de la gente, los monstruos eran parte del folklore, como ahora. Lo que preocupaba al pastor o al campesino era el tiempo, las plagas o el precio del grano. Como mucho los lobos. Pero, desde luego, no los dragones. Del mismo modo que hoy, por más que uno quiera creer, se preocupará por los grizzlies y no por los big-foots cuando se adentré en los bosques de Norteamérica. Y, si viaja en barco, aun siendo un amante del misterio, nuestro hombre de hoy estará atento al parte meteorológico, pendiente de las tormentas y no de los krakens. Si no es así, estaríamos hablando de lo que se suele llamar un imbécil clásico y de esos también había en la Edad Media. De hecho, son intemporales.


La difusión de los cuentos sobre monstruos, o sobre otras cosas fantásticas, tenía su nicho de mercado en el medievo. Solo que, al no haberse inventado todavía las revistas baratas ni los programadores de televisión, se difundía en forma de libros. De este subgénero poblado de dragones y unicornios, tenemos en España uno de los mejores ejemplos: el Jardín de las Flores Curiosas, de Torquemada. Antonio de Torquemada (no confundir con Tomás, el cabroncete, con el que no tenía ninguna relación) fue un autor de bestsellers del siglo XVI especializado en novelas de caballería. No podemos considerarlo un escritor medieval propiamente dicho pero, como en España llegamos tarde y mal a todo y el Renacimiento no fue una excepción, para el caso nos vale. Torquemada escribió su Jardín en forma de diálogo entre tres amigos y dividido en tratados. En cada uno de estos tratados, los amigos discuten sobre un tema misterioso. Un capítulo trata de lugares míticos, otro de monstruos, otro habla de poderes sobrehumanos y así hasta seis tratados sobre temas más o menos extraños.


Cervantes, en el Quijote, puso en boca del Cura una mordaz crítica al Olivante, otro libro de Torquemada, y de paso al Jardín de las Flores Curiosas:


El autor de este libro -dijo el Cura- fue el mismo que compuso a Jardín de Flores; y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por mejor decir, menos mentiroso; sólo sé que éste irá al corral por disparatado y arrogante”


Hay que decir que el mundillo del misterio no ha evolucionado mucho: los argumentos que usaban los protagonistas del Jardín... para defender la existencia de los monstruos son exactamente los mismos a los usados hoy en día:


Yo no sé qué juzgar, porque tantos autores lo escriben y hacen mención de tantas monstruosidades, siendo tan graves y de tanta autoridad, que nos obligan a creer que los hay; y por otra parte, apenas se verá ahora ni se oirá de ninguno que haya en el mundo, ni que diga que lo ha visto, aunque nunca tanta parte de tierra se ha descubierto en el mundo, y no vemos que ni en la India Mayor, que los de la nación portuguesa han conquistado, ni en las indias occidentales se hayan hallado monstruos ningunos; pero en fin se entiende que es verdad lo que está escrito; y así, dicen que se han recogido a las montañas y partes que no son habitadas de gentes.”


A Torquemada ya le olía mal que los europeos no dejaran de llegar a tierras desconocidas y los dichosos monstruos no apareciesen por ningún lado. En la actualidad, a los monstruos la casa se les ha quedado mucho mas pequeña. Las montañas a las que se recogieron en el siglo XVI ahora tienen estaciones de esquí con tienda de regalos y las partes que no son habitadas de gentes seguro que son cruzadas por varios rallyes al año. Y los monstruos siguen sin aparecer. Google Earth no deja ni un pequeño espacio en blanco en el que escribir: Más allá hay monstruos, y en ninguna de sus fotos aparecen dragones.


Pero nada de esto importa. Hoy, como en la Edad Media, como siempre, sigue habiendo gente que, pasada la niñez, sigue creyendo en monstruos. Se llaman a si mismos criptozoólogos y a los monstruos los denominan críptidos; porque una cosa es creer en los monstruos y otra no sentir vergüenza al admitirlo. Usando estos términos la cosa queda entre académica y misteriosa, y los criptozoólogos pueden hablar en público de sus cosas de monstruos sin ruborizarse.


A los distintos tipos de monstruos también les han cambiado el nombre; se conoce que no quedaba serio ser investigador, con chaleco con bolsillos y todo, y que tu objeto de estudio sean los protagonistas de los libros de cuentos que leen tus hijos. Los dragones ahora suelen llamarse plesiosaurios (porque, sin duda, un inmenso reptil extinto hace millones de años es mucho mas creíble), viven en los lagos en lugar de en cuevas y, al contrario que sus tocayos prehistóricos, no necesitan emerger a respirar y solo suben a la superficie cuando su instinto les dice que se aproxima un turista con una cámara desenfocada. Al ser pocos y estar todos fichados, cada dragón tiene nombre propio, como los de las sagas nórdicas. El más famoso de ellos se llama Nessie y vive en un frío lago escoces rodeado de castillos medievales, el ecosistema perfecto para que un dragón se críe de forma saludable.


Como uno no puede pasarse los años buscando monstruos sin presentar resultado alguno, los criptozoólogos hacen suyos los descubrimientos de nuevas especies por parte de los biólogos. Todos los manuales de criptozoología que he consultado comienzan con un listado de especies recientemente descubiertas, desde el celacanto hasta el okapi, incluyendo decenas de invertebrados y pequeñas aves, mamíferos o reptiles. Puesto que ninguna de esas especies ha sido descubierta por ningún criptozoólogo el argumento pierde un poco de fuerza: “Eh, si esos científicos de Oxford han descubierto quince especies de escarabajos peloteros, ¿por qué nadie cree en mi plesiosaurio de veinte metros?”

Pero el principal motivo por el que no hay que tomarse en serio este argumento es que ni los mismos criptozoólogos lo hacen. En realidad, los escarabajos peloteros, las ratas o los ciervos enanos que descubran los biólogos les importan un bledo a los criptozoólogos. Los meten en la introducción de sus libros para que parezcan serios, pero en el resto de capítulos no se vuelve a hablar de invertebrados ni de pequeños mamíferos por ningún lado. ¿A quien le importan los escarabajos teniendo monstruos? Perdón, críptidos. Se habla en esos libros de gigantes peludos de tres metros de altura que viven en el Himalaya, aunque no se sepa muy bien de que viven. También suele tener su capítulo especial el, atención, hombre-polilla, bicho que goza de especial fama por ser un dos por uno de lo paranormal, mitad críptido mitad extraterrestre. Y no puede faltar el chupacabras, monstruo sobre el que solo se sabe seguro el nombre. No he conseguido encontrar dos descripciones iguales de este ser, ni siquiera parecidas; desde un perro mutante hasta un vampiro del espacio, pasando por un canguro infernal (lo juro), el chupacabras puede tener cualquier aspecto. Aunque mi favorito es el hombre rana de Loveland, una criatura que vive en los lagos de Ohio y que es clavadito al triste hombre pez de “La mujer y el monstruo”


Así que, la próxima vez que pensemos en el medievo como ese oscuro periodo de la historia poblado de ignorantes supersticiosos que creían en los monstruos será mejor que nos paremos a pensar en el programa que echan por la noche en la tele, en los suplementos que regalan con los periódicos o en esos tipos serios que, con cuarenta años, todavía se dedican a perseguir monstruos y lo admiten sin rubor.


Puede que más allá haya monstruos, el problema es que cada vez hay menos más allá.


Angulo, Eduardo; Monstruos, 2007

Torquemada, Antonio; El jardín de las flores curiosas, 1570 (Descubrí este libro gracias a Exapamicron, un blog muy interesante repleto de rarezas y curiosidades. Os lo recomiendo.)

González/Heylen; Al límite criptozoología, 2002

González/Heylen/Sánchez; El gran libro de la criptozoología, 2008

Criptozoología


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